La canción demoledora
I
Voy a empuñar mi lira, no a pulsarla
para entonar un himno de entusiasmo
que con sus notas vigorosas pueble
de imágenes hermosas, los espacios;
no a pulsarla con lágrimas inútiles
para que broten de sus cuerdas llantos;
¡voy a empuñarla, sí, como si fuera un hacha gigante!
¡Con mis manos quiero hacer un degüello que no deje
una sola cabeza de falsario,
una sola cabeza de canalla,
una sola cabeza de tirano!
¡Quiero segar cabezas como se siega el pasto!
II
¡Voy a empuñar mi lira
con toda la pujanza de mis brazos,
con el vigor de bronce de mis músculos
¡Con toda la energía de mis años!
Quiero destruir – la destrucción abona –
todo lo que en el mundo sea falso,
todo lo que en el cielo sea impuro,
todo lo que en la tierra sea malo,
todo lo que en el hombre sea infamia!…
¡Quiero ser sanguinario!
¡Quiero abrazar con el calor que es vida,
la sangre de los pueblos desgraciados
para que hechas volcanes, sus miserias
vomiten sobre todos los tiranos!
III
¡Voy a empuñar mi lira, sí, mi lira
forjada con los hierros del esclavo,
fundida en el crisol de los dolores,
pulida sobre el yunque a martillazos!
¡Voy a empuñarla cual se empuña un hacha
para pulverizar a los peñascos
donde se posee una injusticia,
donde la mentira se alce,
y a pedazos a los abismos arrojarlos quiero
para allanar mi paso así,
con los escombros de esa historia
que escribieron con sangre los humanos!
IV
Voy a empuñar mi lira…
¡Yo quiero descargarla como un rayo
que parta las mezquitas, y los templos,
tronche las cruces, hunda campanarios
y en medio de los escombros del derrumbe
los sacerdotes muertos aplastados!
Porque río de Dios,
no me amedrenta su voz atronadora,
yo levanto mi lira de rebelde,
como el ángel Luzbel, y le amenazo.
Cuando él ruje de rabia en las tormentas
pulso mi lira y canto
porque río de Dios; así haga o diga
¡Me río de su voz y de su mano!
V
Voy a empuñar mi lira
con toda la potencia de mis brazos
para expulsar a Dios de sus dominios
y llamar a los hombres a ocuparlos.
Voy a arrancar las vendas de los ojos
de todos los que nunca vieron claro,
para que puedan conocer los mitos
que para someterlos se inventaron.
Voy a romper de un golpe las cadenas
que privan de luz al presidiario,
para que forje con sus hierros rotos
un formidable tajo
y ajusticie con él a sus verdugos
que son humildes siervos de tiranos.
Voy a llamar a todos los hambrientos
que comen lo que tiran los lacayos
cuando van a pedir a los señores
las sobras del festín a sus palacios.
Voy a llamar a todos los que dejan
palpitantes pedazos de carne
entre los hierros de la máquina;
a todos los que viven sepultados
en las negras entrañas de la tierra.
A todos los que mojan con sus llantos
los surcos donde yace la simiente
que será el alimento de sus amos;
a todas las mujeres prostituídas
escanciadoras de placeres pagos;
a todas esas madres que a sus hijos
no pueden dar el alimento humano,
ni el calor de sus besos y caricias,
ni el refugio sin par de sus regazos;
a todos los pilletes que en las puertas
amanecen helados;
a todos los maltrechos de la vida;
a todos los inválidos
a todos los vencidos en la lucha
por el pan cotidiano;
a todos los que lucen en sus carnes
la indeleble señal del latigazo;
a todos los que ostentan en sus cuerpos
el pus de las heridas, putrefacto…;
¡A todos los roñosos de las calles
que vagan al azar hecho guiñapos!
¡A todos los que viven en montones
cual si fueran gusanos!
¡Voy a llamar la chusma mancillada
con todos los estigmas del pasado,
la que va al hospital, mora en la cárcel,
su cuna es un zaguán, la calle un atrio;
la que tiene por cama umbrales,
por colchón el empedrado
y por lecho de muerte
un perdido rincón en el osario!
¡Voy a llamarla, sí, quiero con ella
marchar a la conquista de los astros,
para dejar al cielo en tinieblas
y el camino glorioso iluminarnos!
Con cada sol hacernos una antorcha,
mussalchis serán todos los esclavos
e iremos por los mundos
las cosas carcomidas incendiando.
Buenos Aires 1906
Del escritor Argentino Alejandro Sux (1888-1959)
Aparece en la Antología “Versos Rebeldes” (2015) de Editorial Eleuterio
La hora de la justicia
La Rebelión, La Rebelión, La Rebelión.
Yo la siento venir como un ladrido de volcanes
Caerán las banderas, caerán los países
como frutos podridos de los mapas.
No habrá perdón, hermano.
Será la gran revancha de los crucificados
de los que nunca poseyeron
ni el pedazo de tierra que recogió su sombra.
Hora, bella y tremenda.
Hora del rojo barro que manchará las calles,
Habrá sangre en los mármoles,
sangre en los asfaltos,
sangre en el oro inútil de los altares
¡Ah, el clamor de las masas,
siniestra artillería de truenos y océanos,
que harán temblar las barbas del Dios de los Ejércitos
Rayo de los puñales
que ha de partir el pecho de los que sofocaron
la libertad del hombre y el dolor del hermano.
Amo y temo la hora inevitable y bella
en que no habrá perdón, hermano
Del escritor chileno Oscar Castro (1910-1947)
Aparece en la Antología “Versos Rebeldes” (2015) de Editorial Eleuterio
Trincheras
Escribir poesía es una declaración de guerra.
El día que agarré el silabario, jamás caché que me iba a convertir en un grafómano.
Trazas y trazas de bits, de tinta, de papeles rotos y alcoholes.
Lecturas aburridas, pendejas ricas hablando de sus tetas y de cómo odian a los hombres
porque se las follan por su belleza exterior;
viejos hablando de los caballitos de mar;
adolescentes que odian a Dios;
proxenetas y milicianos, mujeres violentas, etc; el punky, el todo.
Al final, me iba a mi casa a dormir borrado, con el rostro de un País hecho mierda colgando
de mi médula de fierro.
Bajo mis tripas, un tráfico de muchedumbres muertas hablándome de NSJ,
de Leftraru, de las matanzas y violaciones del País.
Jamás soñé con el amor de mi vida, ni con un perrito para mi casa temperada.
Era un compromiso conmigo y con los marginados, el nadar, nadar, nadar
entre pedazos de vidrio y gritos.
Al final, me puse ególatra, me creí la Muerte, escupí weones, golpeé viejos culiaos, culié, culié, culié, pero segúi vacío.
Una vez lloré borracho porque creía en la lucha de clases.
Lloré porque me había cagado. Lloré porque murió el Papa juan pablo ii.
Me agarré a piedras con los pacos, caí detenido, me bañaron en lacrimógenas, rompimos la calle y quemamos la Ley.
Pero reí después de todo, porque tenía un idioma de ladrones
y curaos en mis manos y mi lengua.
Reí porque podía manipular esta lenguamadre, lenguaperra, lenguatanque,
bombardear los esqueletos de la Vida Misma
con las costillas de los reyes, con las muelas de las reinas,
incluso tejer un arco de rabias para matar la Noche.
Escribir poesía es una declaración de guerra.
Escribo en mi trinchera, apostado sobre la ciudad.-
Del poeta chileno Marcos Leiva
Aparecen su libro “País pendejo” (2014) de La Liga de la Justicia Ediciones.