¿Quién va a lavar la taza y a qué hora?

El ser humano creador en un habitáculo de objetos creados

    Pensemos en un humano con tendencia a ser creativo. En una humana, sexo femenino y género femenino, con la misma inclinación antes mencionada: tiende a ser creativa. Si despliego la alternativa femenina es porque yo pensaré en mí misma para abordar este tema; contaré algunas de las cosas que me han sucedido o podrían sucederme o me suceden. Vos que estás leyendo esto, pensá en quien quieras en este momento: en vos, en mí, en alguien que conozcas, en alguien que no conozcas todavía pero a quien este texto te acerque.
    Volviendo a lo que decía: existe un ser humano con tendencia a la creatividad, está localizado en una habitación. No es una casita hecha de madera de árboles cortados rudimentariamente, sino un ambiente de un departamento situado en algún piso de un edificio, alto o medianamente alto, como te guste pensarlo, podría ser una planta baja o un piso más alto que un piso seis. Lo importante para este relato es que estamos en la ciudad y no en el bosque, no en la selva. No estamos en el campo, tampoco en uno de esos campos privados (casaquintas) ni en uno de esos campos cerrados, esos terruños con hermosa vegetación, árboles, pájaros, a los que agregan guardias de seguridad y una sede edificada para socializar (country clubs, barrios cerrados, lugares por el estilo); la habitación de la que hablamos no es otra que una habitación con paredes de yeso, cal, ladrillo; bueno, nunca sé bien qué materiales llevan las paredes; pero no son de madera, no, como las casitas de bosque, tampoco de ladrillo pintado rodeado de araucarias, tilos, casuarinas, rosales, ni rodeados de aves y comadrejas; no. Estamos en la ciudad, no en el bosque ni en el campo. Está este ser humano allí. Y es un ser humano de cualquier edad que se te ocurra, de cualquier género que se te ocurra, de cualquier aspecto físico, vestido como imagines vos, o casi desnudo, en ropa interior, quién sabe; ropa interior de color, o blanca, o negra; hombre o mujer o hermafrodita; camina con los pies o en silla de ruedas, o con las manos. Hay gran variedad de adjetivos, condiciones, posibilidades. Hay un abanico de circunstancias para su humanidad actual. Lo que nos importa es que es un humano o humana y que está en esta habitación que he descrito. Bueno, sólo he dicho cómo son sus paredes. Tiene una puerta, también; quizás alguna ventana, o dos, puede tener hasta cinco ventanas.
    En esta habitación, el ser humano pinta un cuadro. Hace un dibujo con carbonilla. Compone una pieza de música, corta o larga. Escribe un guión cinematográfico para un mediometraje. Ensaya la letra que pronuncia un personaje de una obra teatral. Danza una coreografía. Escribe un cuento. Escribe capítulos de una novela en curso. Retoca el cuadro que pintó, moja el pincel en el agua y luego en la paleta que tiene acuarelas, u óleos, o témperas. Escribe un ensayo a mano, con lápiz; el boceto para un ensayo que publicará. Escribe a máquina; puede ser computadora o máquina de escribir; un poema o una serie de poemas. O escribe un diario íntimo con cierta veta creativa, creadora, ficcional e inventora, un diario íntimo no hecho de crónicas exactas, no hecho de historias del día contadas con la precisión de lo acontecido sino con la precisión y a la vez oscuridad de lo sentido, las sensaciones y lo que se ha inteligido, las vivencias; diario de pasiones y de leves ocurrencias, diario de sangre violenta, de carbón ardiendo, también de carbón ya pulido en diamante. Escribe un diario íntimo: los fragmentos no pulidos quedan como diario, crónica íntima, fotografía; los fragmentos más pulidos son tomados por sublimaciones, y devienen luego cuentos, poemas, ficciones.

    Ahora que probablemente comprendiste qué es lo que hace esta persona humana, este ser humano, este trozo de humanidad con cuerpo único e irrepetible, voy a contarte un poco más. Este poco más es lo siguiente: la persona puede ser, como hemos imaginado juntos, cualquier clase de creador; pero hay un detalle que importa por encima de otros y nos lleva a donde el relato va. Este ser humano puede ser pintor, bailarín, músico, intérprete, actor, como hemos dicho, pero si es escritor, se ajustará mucho más a lo que vamos a decir de él ahora: es un creador que utiliza el intelecto. He dicho intelecto. No dije mente, porque la mente es una palabra tan amplia: unos la traducen como alma, otros como cerebro. Estamos en problemas con las traducciones del vocablo “mente”. He dicho intelecto. No elegí decir cabeza, porque nunca he podido saber si el intelecto está o no en la cabeza. Cerebro; corazón. Sistema nervioso central; sangre que circula. Y lo que pueda pensarse al respecto. Y lo que queramos decidir. Sólo importa que este creador intelectual está escribiendo en una habitación en la ciudad; si queremos imaginar que es en el campo, lo admito. Ciudad o campo, pero no es selva. Ciudad, campo, bosque. La casa es de ladrillo. La habitación tiene una puerta, o dos. Tiene ventanas. El ser humano escribe. ¿Entonces?
    Entonces: quiero contarles a todos que los seres humanos que escriben poemas, cuentos, novelas, ensayos, biografías, guiones de cine, libretos de teatro, diálogos sueltos, diarios íntimos, crónicas periodísticas un poco ficcionadas, poemas de nuevo, aforismos, cartas, epístolas, recetas de cocina erotizadas, manuales de instrucciones literaturizados, correos electrónicos, notas en un bloc de notas, a mano o a máquina, con lápiz, lapicera, teclado o con el dedo o un pincel, ésos, los seres humanos que escriben, pueden tener una habitación desordenada. Ojo al piojo. Era esperable este momento del relato, y quiero agregar, por esto, una salvedad: no siempre. Quiero decir que no siempre. También estos seres humanos escriben muy bien, o no tan bien pero sí muy prolíficamente, cuando la habitación (sea escritorio, dormitorio, living, estudio, comedor, o lo que deba ser) se encuentra ordenada. La regla es: la habitación puede estar o no ordenada, pero ese ser humano escribe. En toda circunstancia escribe. Con el ambiente en orden o en desorden. Con el canto de los pájaros y cerca de un árbol o en un galpón dejado y medio oscuro. Después de un bombardeo y antes de un tiro o diez tiros o una masacre. Antes de una fiesta, después de dos celebraciones seguidas, previo a un feriado, durante un domingo, en medio de un miércoles, una tarde de martes, una noche de Año Nuevo, la mañana de Navidad. El ser humano protagonista de este relato escribe, y habremos de dejar que haga lo que está haciendo. Y habremos de perdonarle que ponga más atención en su propia creación que en la sábana que crearon otros humanos en una fábrica textil, hermosos seres humanos que invirtieron horas en esa creación, con placer o con displacer, dependiendo del día. Habremos de disculpar que ponga más atención en su escrito que en limpiar una taza que alguien inventó y modeló en cerámica, una taza en la que el escritor, o la escritora, bebió té, o café, o una tisana, o un mate cocido, o agua. Esa taza con agua o té, ¿por qué esa taza tiene aún un centilitro de té? Un día tiene una gota de agua que el escritor olvidó secar. Otro día, tiene un centilitro de té negro. ¿Por qué olvidó beber todo el té? Lo dejó enfriarse. Se le ocurrió una idea y fue a escribirla, abandonando el líquido en la taza de cerámica. ¿Quién va a lavar la taza y a qué hora?

    Les cuento acá una confidencia, les cuento algo de mi vida, algo íntimo, cuento en este medio de comunicación, les cuento, te cuento a vos, qué voy a hacer en el próximo instante: terminar de escribir este relato, y levantarme de donde estoy sentada para tomar en mis manos una taza que está cerca, sobre mi escritorio, y un vaso de vidrio azul que está sobre mi mesa de luz. ¿Adónde los llevaré? Adiviná.