Fue entretenida la entrega de los Oscar este año, con el bochorno final y las caras de sorpresa, preocupación, risa nerviosa y aquellos 20 segundos en que faltó poco para que se agarraran a cornetes arriba del escenario del Dolby Theatre de Los Ángeles. Si, fue entretenida a pesar de que no había visto ninguna de las dos películas involucradas en dicho entuerto, porque este año estuve en una desidia cinéfila bastante contundente. Sin embargo el morbo me llevó a ver ambas y así poder opinar. Vi Moonlight y… bien, una buena película así que me dispuse a ver La La Land.
¿Alguna vez les ha pasado que tienen planeado hacer algo con un objetivo específico y de pronto dicho objetivo se vuelve totalmente intrascendente? Bueno, eso me ocurrió con La la Land, me puse a verla con una libretita de notas para poder anotar algunas cosas y así poder armar un sólido comentario o duelo entre ésta y su (a estas alturas) archirrival Moonlight y apenas terminé de verla me di cuenta que no había anotado una sola palabra. Me autoconvencí que no había estado muy concentrado y que merecía un segundo visionado. Luego en la semana me vi tarareando sus melodías y eso era una buena excusa para volver a verla. 5 visionados después me acabo de dar cuenta que ya ni me importa si Moonlight era mejor o fue solo una pagada de deuda a favor de la comunidad gay afroamericana marginal de USA. Simplemente porque hay momentos en la vida cuando un hecho te descoloca, como cuando vez a tu primer hijo abrir sus ojitos o sales por la puerta del colegio y te das cuenta que nunca más te vas a poner uniforme escolar en tu vida. Bueno, algo similar me ocurrió después de ver esta película.
La película en sí tiene buenos momentos y malos momentos, en particular tiene unos números de baile de más, la relación amorosa es algo sosa, como que son demasiado cool para demostrar que se gustan, pero después se aman hasta las patas sin intermedios y al final..”- En dónde estamos?” … ¿Quién diablos hace esa pregunta y luego sin mover un rictus declaran su amor eterno y luego terminan su relación? ¡Putos millenials y su cultura del meme que no saben como expresar sentimientos como la gente! Aparte del pie forzado de que Hollywood es el lugar donde se cumplen los sueños y otras cosas que me provocaron rechazo, pero quiero rescatar 3 escenas que me dieron vuelta la cabeza.
La primera es cuando Mia sale de la audición después de su sonado fracaso teatral y dice que ya no quiere más humillaciones, no sé si fue la cara de la actriz o el tono, esa voz como de perro apaleado que le salió precisa o el haber visto como se esforzaba durante muchas jornadas y entender de donde venía esa necesidad de realizar la obra, pero una presión se me puso en la garganta porque muchas veces he sentido esa misma humillación. Como cuando organicé una muestra de cine, gasté plata y tiempo y que en la noche en cuestión no llegó ninguna persona a la función, nadie. Cómo te entiendo Mia, nadie quiere esas humillaciones. La segunda es cuando poco después se manda la audición de su vida y de pasada una canción que de verdad te devuelve las ganas de vivir o de soñar…que el fin y al cabo es lo mismo. También te entendí Mia, sentí tu salto de fe, tu grito del alma pura y me di cuenta que a pesar de las humillaciones pasadas también me levanté, me lamí las heridas y me puse en marcha una y otra vez, cien, cien mil, diez millones, y acá estoy escribiendo y hablando de lo mismo y por la misma razón que tú, porque hay algo dentro de ti que siente que es lo correcto y es necesario para el mundo.
https://www.youtube.com/watch?v=uLN38-TDM_s
Y la tercera escena es cuando Mía y Sebastian cruzan sus miradas al final final, él le sonríe después de haberle explicado en su piano la vida que pudieron haber tenido y que ese sueño era hermoso, pero no fue… y así son la mayoría de las historias de amor, no tienen final feliz, no vivieron felices para siempre, no se quedaron mirando al atardecer por toda la eternidad en una inquebrantable juventud. Fue en ese preciso instante, cuando el famoso texto de “The End” se escribió en la pantalla es que la película se vuelve inmortal, para mí al menos. Porque la sentí, la sufrí, la odié y la amé, me emocioné y se me movían las patitas en los números musicales y me gustó el tono violeta del cielo y lo colorido de los vestidos y porque vi al niño del globo rojo en París y porque le creí todo a Mía y porque la sonrisa final de Sebastian la quiero en mi rostro para recordar las cosas bellas de la vida. No me importó el encuadre o las 437 referencias cinematográficas posibles o que el director le haya copiado a “Los Paraguas de Cherburgo“, ni la soberbia fotografía o si debió haber ganado un Oscar por sobre Moonlight. No, en ese instante recordé por qué alguna vez quise yo dedicarme a contarle historias a la gente y quedé triste y feliz a la vez, pero infinitamente contento y pensando (cosas que muchas veces no van juntas).
Y luego me importaba un bledo las polémicas o que Faye Duanway se haya equivocado, no me interesaron los Oscar o quien debió haber ganado, simplemente me dediqué a disfrutar una linda película porque para eso es la vida, para disfrutar esos momentos que hacen que todo cambie y que te devuelven la ilusión inicial de por qué decidiste dedicarte a alguna disciplina. Así que esta es para los tontos que sueñan porque como dice la canción, así nos necesita el mundo.