¿Sabe usted cuántas películas chilenas se estrenan esta semana? ¿Ha ido a ver alguna siquiera? Siempre nos hemos quejado que hacer cine en Chile es dif;icil, pero ahora es más fácil que nunca antes. Sin embargo lo más complejo no es hacer la películas sino es entregársela al público. Aunque algunos realizadores opten por darse una vuelta por festivales extranjeros y luego nacionales para así allanarse la entrada a las salas. Otros más osados van directo a la sala amiga y algunos quizás buscando algún camino alternativo, simplemente no estrenan… en serio. Esa es la eterna lucha de las películas chilenas, ser visibles.
No es que quiera decir que soy experto en la materia, pero he trabajado en esto desde 1998 y soy ferviente defensor de que el cine se aprende de dos formas complementarias no excluyentes, que son: ver mucho cine y/o hacer mucho cine. De seguro he visto mucho más cine del que he hecho, pero no he hecho poco.
¿A qué voy con esto? Pues son dos estrategias discursivas combinadas, primero reconozco mis limitantes respecto al tema al que me voy a referir, indicando cierta humildad (captatio benevolentiae) y luego demuestro mi competencia para hablar de cine basándome en mi experiencia. Todo esto porque ahora me voy a lanzar a las aguas más turbulentas posibles así es que necesito su simpatía.
Pero antes de hacer bolsa el panorama cinematográfico actual, voy a reconocer las variables externas que influyen en su actual estado. Primero, la más patente de todas, es la gran invasión de películas extranjeras en salas chilenas. Aproximadamente el 90% de los estrenos cinematográficos en Chile son producciones de Hollywood, y con eso me refiero a que la intención principal de dichas películas es la de generar ganancias; el 10% restante se divide entre películas de todo el mundo y …de Chile. De acuerdo con la CAEM (Cámara de Exhibidores de Multisalas A.G.), el año 2015 el 89.8% de los estrenos fueron películas de USA y solo el misérrimo 3,8% son películas chilenas. Incluso el año 2014 se batió el record de películas chilenas estrenadas en un año (fueron 40) y eso equivalía solo al 2,9% de los estrenos ese año.
Otra diferencia brutal son los presupuestos de marketing. No manejo las cifras exactas, pero una película gringuita X tiene muchas veces más presupuesto que una película chilena. No solo las producciones locales tienen que pelear un espacio en las pantallas sino también pelear el espacio publicitario, que además de la película en sí, está copado por la cadena de comida rápida que tiene los juguetitos, la bebida gaseosa que beben los héroes y así, suma y sigue. Además las grandes producciones del país del norte se dan el lujo de acaparar contenido en medios. Sí, salen en las noticias de diarios, televisión, revistas y hasta en las redes sociales. Donde los fanáticos adoctrinados por años y años de estímulos, se encargan de compartir y “evangelizar” a las masas de ingenuos espectadores.
Con el correr de los años los costos inherentes a la producción audiovisual han disminuido drásticamente; si a principios de los 90 hacer una película y lograr estrenarla con una copia en cines podía costar por lo bajo 100 millones de pesos, ahora eso mismo puede lograrse con una quinta parte de ese presupuesto (y algunos lo han hecho con mucho menos); esto gracias al cambio del estándar de exhibición. Antes la norma era estrenar en celuloide de 35 mm; ahora todas las multisalas proyectan digitalmente, siendo el formato más usado el DCP (Digital Cinema Pack) cuyo software de conversión es de código abierto, es decir, cualquiera puede bajarlo en su computador y transformar un video en HD en una película lista para exhibirse en cines… en teoría. El problema para una película chilena ya no es poder rodarla o terminarla, es lograr que la gente la conozca y decida ir a verla.
Si a esto sumamos que en las emisoras chilenas de televisión abierta prácticamente no se exhibe cine chileno (y cuando lo hacen es en horarios insultantes y con nula promoción), pues tampoco se puede contar mucho con la tele para que nos eche una manito. No tengo las cifras de cuanto tiempo de pantalla en TV abierta corresponde a cine chileno, pero creo que debe ser mucho más paupérrimo que el porcentaje de estrenos en salas. Además, lo que le pagan a los productores por exhibir películas chilenas es vergonzoso.
Se calcula que una película chilena promedio debe lograr al menos 100 mil espectadores para poder considerarse exitosa y así recuperar la inversión y generar ganancias que puedan invertirse en potenciar la industria audiovisual local. Pero el mismo informe CAEM 2015 nos indica que desde el año 2000, el 77% de las películas chilenas no logra siquiera llegar a los 10 mil espectadores.
Es decir, queridos amigos, estamos cagados.
Cerremos por fuera, vámonos pa’ la casa, dediquémonos a otra cosa, que hacer películas en Chile es un esfuerzo estéril.
Ah no, pero desde el año 2013…¡existe un Convenio de Cooperación entre los distribuidores de cine y los exhibidores de cine para ayudar al cine chileno!
Estamos salvados, sigamos haciendo películas… ¡Mentira! Dicho convenio beneficia principalmente a los exhibidores, al otorgarles un beneficio en dinero para que así puedan programar cine chileno y no perder plata por no exhibir “Rápido y furioso 23” o “Avengers v/s Harry Potter” y de pasadita les disminuye las pérdidas a los distribuidores que se arriesgan con una película chilena. O sea, comprendan a los pobres distribuidores: toman tu película chilenita, van donde las salas de cine y les ruegan de guatita para que los dejen exhibir, luego cuando tu película es exhibida, se llevan un porcentaje minúsculo…hasta el 15% solamente. ¿Los distribuidores ponen plata para terminar la película? Muy pocas veces; son contadas las ocasiones en que figuran como productores asociados. Generalmente es cuando los realizadores llegan con la película casi hecha y les faltan “tres chauchas pa’l peso”. ¿Los distribuidores ponen plata para el marketing de la película? No, normalmente no ponen un peso, pero a veces se consiguen la sala para hacer la Avant premiere. Ah, pero ¿en la Premiere, se rajan con el cóctel? Ni por si acaso.
Acá uno se entraría a preguntar ¿Y por qué no entrar a negociar directamente con las salas de cine, porque los distribuidores no hacen mucho? Lo que pasa, queridos niños y niñas, es que, gracias al acuerdo del 2013, solo las películas que tengan distribuidores asociados a dicho acuerdo estrenan en salas. Bello…
Es decir, el famoso acuerdo de cooperación para ayudar al cine chileno beneficia más a los distribuidores y exhibidores que a los realizadores de cine. Es más: el acuerdo fue revisado el 2015 y se disminuyó el tiempo de permanencia en salas de dos semanas a solo una, dejando la segunda semana sujeta al desempeño en boleterías.
Necesitamos políticas más fuertes para proteger nuestro cine, porque es también una expresión de nuestra cultura nacional. No debemos dejar que se nos trate como artistas de tercera categoría (Loco…hasta Luli tiene más espacio en TV que el cine chileno!!). Debemos exigir una cuota de pantalla y espacios de difusión eficientes para promoverlo. No basta con que la Cineteca sea el único espacio estatal en Chile donde encontrar cine nacional, se necesitan cinetegas regionales, al menos una en cada capital regional. Es necesario una política que invite a los escolares a ver cine chileno como herramienta educativa, así se transmite nuestra cultura y se construyen audiencias. Debemos dejar de depender de las salas comerciales, donde su verdadero negocio no es exhibir cine sino vender pop corn (¿O acaso creen que pagar 6 lucas por 400 gramos de cabritas no es estar pagando un poquito de más?) y establecer un circuito alternativo de exhibición. En Chile se producen alrededor de 50 largometrajes al año (incluyendo largometrajes de ficción y documentales); la mayoría no llega nunca a exhibirse en salas comerciales. Con ese volumen de producción es posible exhibir en televisión abierta 2 horas de cine chileno semanalmente por todo el año sin repetir una película y sin contar con la producción de cortometrajes o cine de animación que es bastante amplia y que… ¡Oh, este año nos acaba de dar un Oscar para engalanar las alicaídas vitrinas del cine nacional! A mi entender, un Oscar es tan pulento como una Copa América, pero la euforia duró mucho menos.
La verdad, queridos lectores, es que como en todas las cosas que están medio cojas, falta verdadera voluntad política para mejorar las cosas, debe ser porque los cineastas somos pocos y si votamos o no por “ellos” no influye mucho. El grueso de los realizadores nacionales son realizadores independientes. (en estricto rigor, casi todo el cine chileno es independiente, pero yo meto en el saco de la independencia fílmica a aquellos que filman su película sin apoyo de fondos concursables…¡y ni me hagan empezar a hablar de los fondos concursables!) Aquellos que hacen un trabajo casi artesanal en el que arriesgan su patrimonio y sacrifican su trabajo para poder hacer películas. Que no nos hagan lesos porque dos o tres películas al año salen con números azules, porque el cine chileno es mucho más que la comedia exitosa del año o la película con muchos fondos que ganó varios festivales internacionales. El grueso del cine chileno, ese cine periférico y sin apellidos patronales, el que habla del Chile de verdad, está mal y es ese el que debemos rescatar.
No, si hay que ser masoquista para querer hacer cine en Chile. Pero somos porfiados y todos los años seguimos intentándolo. ¿Por qué? Porque está en nuestra naturaleza, no podemos evitarlo. Cuando el mundo se acabe y unos pocos sobrevivientes se reúnan en una caverna iluminados por las tenues cenizas de lo que fue la gran civilización humana…¿saben qué harán? Pues, contarse historias.