Lecciones para desvestir y comer una alcachofa

Si es que hay una señal que marca la llegada de la primavera, es la presencia de la alcachofa en mi mesa. Toda mi vida fue así, cuando era niña y acompañaba a mi papá a la feria, la aparición de las primeras alcachofas me hacían brillar los ojos. “Todavía están muy verdes”, “Todavía están muy caras” eras los comentarios de mi papá ante mi entusiasmo e insistencia en llevar algunas alcachofas los últimos días de invierno. Entonces tenía que esperar, cultivar la paciencia y seguir yendo cada semana a la feria hasta que ya los primeros días de septiembre me declaraba él con entusiasmo: “estas si que están tiernas, qué bonitas alcachofas” (no sé ustedes, yo soy de la gente que viene de la tradición de piropear a las frutas y verduras en la feria). A partir de ese momento, ya no parábamos de comer alcachofas, como entrada cada fin semana, hasta diciembre, cuando ya casi la llega el verano. La alcachofa te acompaña toda la primavera.

Siempre di por sentado que la alcachofa es una presencia tan obvia en la vida primaveral de todos. Hasta que un día comencé a vivir con alguien que venía desde otro país y otra cultura culinaria. Me serví como siempre mi alcachofa en la mesa, y mi amiga mira mi plato extrañada y me pregunta ¿por qué me comía ese plato así?.

¿Así?

Así, con tanta parsimonia, desnudando sensualmente hoja por hoja, bañando cada una en el jugo de limón para luego mordisquearla raspando con los dientes hasta el último milímetro comestible. Y al final del calmo proceso de desvestir y comer las hojas, llegamos al centro, al corazón o al poto de la alcachofa, cada quien lo llama acorde a su nivel de romanticismo y apreciación de la ricura. Para muchos, el climax de la delicia.

Se come así, con las manos, explorando las hojas con los dientes, chupandose los dedos.

Se come así, con calma como si el tiempo nos sobrara, tomando hoja por hoja, asegurándose que nada se pierda, untando cada vez en la limoneta y sacando con paciencia cada pelillo del corazón.

Se come así, disfrutando cada milímetro y cada segundo.

Los tiempos cambian, y para muchos hay menos posibilidades de sentarse a la mesa con calma, pero la alcachofa es sagrada, y nos seguimos dando el tiempo de comerla de la única forma que sabemos hacerlo. No importa si solo tenemos un rato para la colación, la alcachofa se come hoja por hoja. Para aquellos que no pertenecen a esta cultura alcachofística, les dejo las instrucciones, paso a paso, describiendo mi proceso para comer esta maravilla.

Paso 1: Prepare el aliño, a mi me gusta un limón entero, un buen chorro de aceite de maravilla y un par de “pizcas” de sal. A algunos les gusta con aceite de oliva, o con vinagre, y a otros salvajes con mayonesa.

Paso 2: Momento de empezar a desvestir de a poco a la alcachofa. Tome con sus dedos una hoja, úntela en el aliño preparado en el paso 1 y sacuda el exceso de limón. Esto último es importante para que el aliño le dure el proceso completo. Luego, vaya raspando con los dientes incisivos centrales la parte blanca, esa es la partela parte rica. Raspe hasta que no quede nada de “parte blanca” en cada hoja, aproveche hasta el último milímetro. Si la alcachofa está tierna le sobrará solo el pedazo superior de la hoja. Deje lo que queda de la hoja a un lado (es bueno armarse de una fuente donde ir dejando los residuos, la fuente de las basuritas) y repita este paso tantas veces como hojas tiene su alcachofa.

Paso 3: Cuando esté llegando a las hojas más centrales, que son las más tiernas y delgadas, puede agarrar varias juntas, porque son más blanditas. Incluso en la última corrida puede sacar la corona entera de hojas. Si tiene la suerte de tener una alcachofa en su mejor punto de madurez, en este punto casi no dejará restos de hoja.

Paso 4:  Esta es la parte latera, pero créame que vale la pena: sacar los pelitos del centro. Con los dedos, con una cuchara o un cuchillo redondeado raspe los pelos que cubren el corazón o poto de la alcachofa. Asegúrese de sacar todos los pelos, para que cuando se coma esta sección no vayan a molestar con su textura.

Paso 5: Llegamos al tesoro mayor, el corazón o poto de la alcachofa, ya sin pelos y listo para ser devorado. Lo untamos generosamente en todo el aliño que nos va quedando, esta vez no sacuda el exceso, deje que el corazón se bañe completamente en la limoneta. Recomiendo ir dando pequeñas mordidas, hincando el diente en la carne suavemente y mojando entre cada mordida el corazón con el jugo de limón. Pero si usted es ansioso y prefiere comerse todo de un gran mordisco, está bien también.

Paso 6: Se acabó. Fin. Y como todo fin, tiene gusto a poco. Habrá que esperar a la repetición a la semana siguiente, en que nos volvemos a tentar en la compra semanal con esta delicia. Y si ya se va acabando la temporada, habrá que esperar pacientemente a la siguiente primavera.

Esto no se trata solo de lecciones de cómo comer alcachofa, sino las lecciones que nuestra forma de comer la alcachofa nos deja en la vida, la lección de sentarnos, darnos el tiempo de disfrutar a pequeños bocados lo que nos gusta.