Miguel Arteche: ajedrez y bicicleta

Artículo aparecido originalmente en El Pájaro Verde luego de la muerte del poeta el 22 de Julio del 2012.

 

Cuando tenía 16 años y empecé a escribir y leer poesía participé por única vez en un taller literario, en el Centro Cultural La Barraca de La Florida. Lo comandaba Eledín Parraguez, un gran profesor, poeta y amigo. Miguel Arteche había ganado el Premio Nacional de Literatura ese año y se le rendiría un homenaje, yo nunca lo había escuchado (la verdad es que no cachaba a niun escritor), pero se hizo un acto donde me tocaría a mí leer en el escenario unos versos suyos, actuando pensativo frente a un tablero de ajedrez y donde se veía al costado una bicicleta. Estos elementos hacían alusión a algunos de sus poemas y aficiones.

Luego en el cóctel mientras aprovechábamos de tomar vino, mi amigo del taller le contó que dirigía el taller de ajedrez, así que rápidamente el poeta lo desafió. La verdad es que Arteche lo desmanteló rápidamente, aunque en honor a la verdad, el vino y una chiquilla de buenas piernas que revoloteaba entre los canapés, permitieron la distracción de mi amigo de perder rápidamente a la reina.

Miguel Arteche me felicitó por el poema recitado, me preguntó si escribía y luego me alentó a continuar, la verdad es que no pesqué mucho porque si no se hubiera realizado ese acto me hubiera demorado un montón en leerlo, seguramente años después en la Universidad, pues en la Biblioteca (de Ingeniería de la Chile) había una antología suya que al encontrarla y revisarla recordé lo que recién les conté (que como anécdota no tiene ninguna gracia salvo la asociación de su nombre con la poesía y el ajedrez). En esa antología hallé poemas como éste:

 

Los hombres prudentes

Los hombres prudentes,
los ponderados de rostros cadavéricos,
los que pesan el sí toda la vida
y dan vueltas al no toda la muerte,
los que dicen: ¡cuidado!,
los que juegan su nombre en un cuchillo
que el protocolo no consulta,
los anodinos que se espantan,
los que ni frío ni caliente,
los que no comen ni dejan comer,
los súbditos de todos los miedos,
los que retroceden cuando avanzan,
los gelatinas,
los que a plazos vendieron su esqueleto,
los que libraron una guerra a muerte
para condecorados ser por el que sea,
los pequeñitos hombres de los cócteles,
los honorables del anonimato,
los aguas de borraja,
los perfectamente equilibrados,
los tal vez, los quién sabe.
Y las putas ya entraron al Reino de los Cielos.

 

En 1996, meses antes de la entrega del PNL, muere Jorge Teillier quien era el más seguro ganador. Cuando luego el premio fue entregado por unanimidad a Miguel Arteche, más que hablar de él y su trayectoria poética, el tema era sobre el gran error de no haberle entregado antes el merecido premio a Teillier.

Hay que decir en cuanto al PNL que la figura de Miguel Arteche se miraba con desconfianza desde el oficialismo, pues en 1994 había renunciado a la DC porque el partido había abandonado sus principios cristianos (Arteche era bastante cristiano) y había levantado al ídolo del mercado. Arteche dice “Pasamos de la dictadura militar a la dictadura del mercado. O la dictadura de lo que no se debe decir, o cuando lo que se dice se puede expresar en pequeños espacios”.

Miguel Arteche siente más afinidad con Mistral que con los otros grandes como Neruda, de Rokha o Huidobro, disparó filudas palabras contra Parra, Teitelboim, Isabel Allende, Fuguet y Zurita. También presentó su admiración por los trabajos de Barquero, Teillier, Lihn, Alberto Rubio y Alfonso Calderón.

Luego de este pequeño homenaje personal creo que lo mejor que se puede hacer cuando muere un poeta es leerlo. Pueden hallar 4 de sus libros en pdf en memoria chilena.

Y acá un par de poemas para dialogar con él:

 

Bicicleta abandonada en la lluvia

En rueda está el silencio detenido,
Y en freno congelado la distancia
Que lejano está el pie, como se ha ido
La infancia del pedal sobre la infancia

El reino del volante sometido
Se borra con la sed que hay en la llanta
La mano que no está tiene el sonido
De tanta ausencia y cercanía tanta

Cuan remota la edad que en ti palpita
Con las velocidades de tu cita,
Y que rápida estás con ser tan quieta,

Tan inmóvil pedal dormido ahora
Por la lluvia de ayer que te evapora
Tu perdida niñez de bicicleta

 

De “Destierros y tieneblas”

 

 

Hay hombres que nunca partirán

Hay hombres que nunca partirán,
y se les ve en los ojos,
pues uno recuerda sus ojos muchos años después de que han
partido.
Pueden estar lejanos,
pueden aparecer a medianoche
(si están muertos)
y jugar a que viven.
Pero siempre, con la desolación de su ausencia,
uno comprende que no han vivido en vano,
y que su esperanza
es la única esperanza digna de ser vivida.
Y los hombres que nunca partirán
suelen no aparecer en los periódicos,
no se habla de ellos en las radios,
su imagen no gesticula en la televisión:
no son gente importante,
no circulan entre las altas esferas. Son aquellos
que aceptaron el sufrimiento
y lo hicieron suyo para la salvación de otros hombres
sin decir una sola palabra:
pero dejaron abiertos, bien abiertos sus ojos
para que nunca los olvidemos cuando ellos hayan partido.

 

de “Antología de 20 años”