Amplio título me halla y me convoca, con él podríamos pasear por unos cuantos lugares interesantes. Sin embargo, esta vez deseo tomar y compartir notas sobre aquello que es común a las llamadas “personas con discapacidad” y a aquellas que habríamos de llamar, si siguiéramos esa lógica, “personas sin discapacidad”.
Bajo esta premisa de reconocer lo común, el siguiente artículo1 intenta ponernos de cara a ciertos sucesos cotidianos. Primero, términos, y el afán de éstos por definir velozmente. Luego, situaciones que experimentamos a repetición… como si se tratara de secuencias inmodificables y no de (con)secuencias cuyo devenir decidimos. Concluye donde podamos ver qué sucede al permitir que el motor guía… sea el de cada corazón.
Iniciando el ejercicio: reflexionando en torno al término “salud”
Demos chance a la perspectiva de que saberse limitado en alguna cuestión u otra, hace a la salud. Es asombroso lo poco que reflexiona en general el mundo que habitamos acerca de límites. Es habitual escuchar todo lo que alguien quiere ser, hacer, tener, conquistar, especializarse en; ampliar su conocimiento, su patrimonio, su espacio; abarcar mucho, probar todo lo que esté al alcance y más; poco habitual, en cambio, escuchar “decidí largar aquello y lo demás para profundizar en esto”. De paso cañazo, cuántas veces nos jactamos de cuánto cuidamos “la salud” o de cuánto la optimizamos, confundiendo:
a. salud con adaptación a una generalidad funcional,
b. salud de aquello visible en la inmediatez con salud a largo plazo,
c. salud física con salud integral (olvidando la salud psíquica),
d. se dan todas las confusiones anteriores juntas. Está tan empobrecida la capacidad de criterio que generalmente manejamos, que ésta suele ser la opción más frecuente.
Reversionando el término “discapacidad”
¿Vale elegir el cover que más me gusta para una misma canción? Me dicen que vale. Entonces, elijo “diversidad funcional”, que me gusta un poco más que “discapacidad”. Hablo de discapacidad en algunas oportunidades, sí: cuando estudio o trabajo específicamente con lo que así se nombra y que, algunos creemos, no está solamente presente en los que son nombrados como “discapacitados” sino en unos cuantos de nosotros, dependiendo de las circunstancias.
Terminología hay para elegir; abunda. Hace unos años estaba de moda “con capacidades diferentes” (en vez de ser un “sin” se era un “con” pero lo esencial del debate se omitía), los obsoletos “minusválido”, “inválido” (!) y se me ocurren una decena más. El problema es ése, que haya terminología que designe a humanos en su cotidianeidad. Términos desplazados que terminan funcionando como etiquetas. Humanos viviendo… y su vida diaria, sus quehaceres, vistos e interpretados desde la máquina rotuladora.
Si uno está en el traumatólogo por una dolencia en la columna vertebral, es correcto hablar de escoliosis, desviación de columna, lumbalgia, o cualquier problemática que sea, porque se está en un encuadre clínico, ofenderse o dolerse no viene al caso si un profesional o un técnico acciona en ese campo tanto concreto como semántico. El problema es cuando el discurso médico se sale de su área específica y tenemos nombres sin rostro. Quizá peor resulta cuando el lenguaje de la medicina, desplazado o en su misma área, es banalizado: entonces, una palabra de ciencia que sirve para canalizar la salud, termina insalubremente usada como carátula. Tenemos entonces “humanos clase A” y “humanos clase B”… y los “clase B”, sin nombre, apellidados a título de alguna patología.
Lo que me gusta de la expresión “diversidad funcional” es que representa la cohabitación de todas y cada una de las existencias. ¿Y esto, cómo? En respuesta, una cita no textual de un profesor que conozco: “Diversidad funcional somos todos y cada uno, no es que el otro es diverso de mí porque le falta o le sobra algo sino que yo también soy diverso/a del otro. Eso es diversidad funcional; no un subgrupo para catalogar porque si fuera así sería, otra vez, excluyente”. Claro que esto necesita coherencia en el día a día porque si no, queda la expresión verbal suelta, siendo (como a muchos escuché decir) solamente un eufemismo.
Aunque inicio este apartado declarando que un cover suena a mis oídos mejor que el otro, la expresión más cercana a lo que intento desplegar está en el título mismo del apartado: lo mejor es reversionar cada término. Y para escribir nuevas versiones, se vive; recién después se registra en el diccionario cualquiera de ellas.
Posturas, posiciones, apuestas
Algunos activistas de derechos de las personas con diversidad funcional enfocan la lucha en lo más concreto, porque los cientos de fallas en la infraestructura arquitectónica y en la configuración de los medios públicos de transporte, los incapacitan o segregan. Apoyo ese enfoque, más que necesario, aunque elijo participar de otro: prefiero abocarme a aquella lucha que busca que ni la tendenciosidad, ni la ignorancia, ni el ombliguismo, tengan éxito en anular humanidades o reducirlas a una o dos características. Lucha que busca que debatamos y entendamos que donde yo “puedo” algo, “no puedo” otra cosa y viceversa. Hablar de “capacidad” o “discapacidad” en términos calificativos es absurdo, y si está naturalizado es porque queremos seguir capacitando y discapacitando ahí donde vaya indicándolo una sociedad enferma de desidia e individualismo. Que también debatamos y entendamos que si únicamente sé ponerme incómodo/a frente a alguien porque las formas que percibo no se corresponden con el molde que presupuse, lo más probable es que lo esté des-subjetivando para percibir sólo aquello que me enseñan a percibir: “¡Vaya! algo de la forma no se corresponde con lo que presupuse que iba a encontrar”, ergo, incomodidad. Me refiero a esas veces en que quedamos pasmados en un monólogo interior del tipo: “¿Le ofrezco ayuda 20 veces al día con cada micro-cosa? Eso debería hacer, ¿no?”, o bien: “¿No le ofrezco nada y que se las arregle? Porque total, ‘¡tú puedes!’” …¿Podríamos probar con preguntarnos vez a vez?… como lo hacemos cuando consideramos a alguien sin presuponerle nada y sin reaccionar con un programa preestablecido.
Ojalá logremos comprender que los sujetos y nuestros cuerpos, fuimos, somos y seremos diversos; venimos en distinto color, forma, tamaño… Respetar y dignificar a las personas que no son uno mismo es lo único que trae conciencia a largo plazo y puede redundar en políticas concretas y constantes. Al no abordar la raíz de la problemática, esto es lo que sucede: tenemos la rampa hoy y, mañana, el trago amargo de que caducó y no hay planes de reponerla, porque sus usuarios están borrados del imaginario colectivo y por ende también del diseño del mundo.
Tal vez, si reanudamos los motores de nuestros corazones…
En torno a estos apuntes, cabe mencionar que soy estudiante de Psicomotricidad. Es ésta una práctica no tan conocida aún, o se la conoce y se cree que se trata de Fisioterapia, o de Kinesiología, disciplinas muy respetables pero que trabajan partiendo desde otros puntos. Otras veces, cuando sí se la diferencia de las prácticas antes nombradas, se piensa de la Psicomotricidad que es un conjunto de técnicas de manual, listas para ser aplicadas en pos de mejorar la motricidad fina o gruesa de alguna parte del cuerpo… una idea aproximada, pero recortada. Técnicas, a veces; la cualidad de ser listo me gustaría ponerla en duda.
La propuesta hecha aquí, en este texto, bien podría involucrar a unos cuantos de nosotros, estemos o no ligados formalmente al campo humano recién mencionado. Por tal motivo, anoto que ahora juego a deslizar la mención. Eso: deslizarla; sin proponerme aquí y ahora aclarar con detalles de qué va la práctica psicomotriz que en estas latitudes se ejerce. La propuesta que me hago junto a ustedes es la de generar ámbitos (en lo teórico, en lo práctico, y en el despliegue más cotidiano de nuestras vidas) en los cuales empecemos a contar con que cada sujeto humano hace su vida, cada uno en su cuerpo expresivo, relacional, viviente, significativo.
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1 Agradezco a Florencia Chistik, en cuyo perfil de facebook compartí los apuntes que se convirtieron luego en el presente texto. También a Diana Martínez cuyas palabras, citadas por Florencia, inspiraron el punto inicial del artículo, Reflexionando en torno al término “salud”.